segunda-feira, 10 de novembro de 2025

EL ÚLTIMO SIGLO Y LA SITUACIÓN ACTUAL DEL MOVIMIENTO COMUNISTA 

En poco más de un año se cumple el 100 aniversario de la Revolución de Octubre. En octubre o en noviembre de 2017, según qué calendario sigamos, y esa misma ambigüedad en las fechas siempre es un buen recordatorio de que la primera revolución socialista exitosa de la historia arrancó como una estrella fugaz desde el feudalismo moribundo en Rusia. No mucho después, apenas entrado 1918, Lenin bailaba en la Plaza Roja de Moscú celebrando que la República Soviética había sobrevivido un día más que la Comuna de París. En 1924 sería cubierto en su funeral con una bandera roja reliquia de esa misma Comuna, o al menos eso dice la leyenda. Desde ese entierro hasta nuestros días transcurre un siglo tan complicado como tergiversado. Como siempre la historia la escriben los vencedores. En cualquier caso no debemos vivir en la nostalgia o el simbolismo. Es simplemente un hecho que la Revolución de Octubre, como culminación asombrosa de la Primera Guerra Mundial, es el verdadero punto de partida del siglo XX. Igual que es un hecho el que el derrumbe de todo el «socialismo real», también celebrado ampliamente aunque por motivos muy diferentes, supone en cierta manera su cierre. A algunos comunistas, los más jovenes, les ha tocado sentir esa historia como una especie de recuerdo alucinado; una caída desde tan alto parece desafiar lo razonable, resistirse al análisis. Otras, las más mayores, puede que lo vivan con el desapego (no se sabe si sabio o cínico) que puede dar el pasar por una experiencia de ese estilo. Lo único innegable es que a todos y a todas nos ha tocado vivir en una realidad en la que partimos de ese legado. Con ese material es con el que tenemos que reconstruir el proyecto revolucionario. Nuestra situación es el resultado aparente de la victoria completa del proyecto histórico de la burguesía. Controlan todo el mundo. No sólo con una fuerza militar sin igual en la historia de la humanidad, sino sobre todo por el dominio absoluto del modo de producción capitalista a nivel planetario. No es que no puedan surgir tensiones antagónicas extremas entre diferentes grupos capitalistas, todo lo contrario, simplemente a día de hoy no existe la confrontación política real de un proyecto alternativo. Los Estados autodenominados socialistas no existen o han sido reabsorbidos completamente en la lógica de la acumulación de capital. Hoy una crisis financiera en Shanghai es tan grave como una en Nueva York. Los Partidos Comunistas tradicionales, los de las 21 condiciones, hace tiempo que se disolvieron. O formalmente, quizás por conservar un mínimo de dignidad, o transformándose en partidos socialdemócratas que forzarían hasta al viejo Bernstein a escribir algún panfleto de protesta del estilo «Reacción o Reforma». Y sin embargo alguien que decida dedicar sus esfuerzos a la transformación de este mundo parte con una gran ventaja. Tiene a sus espaldas un siglo de luchas que movilizaron a miles de millones de personas. Docenas de revoluciones realizadas en situaciones con tantas diferencias como similitudes. Un océano de experiencias que forjaron en la práctica el marxismo como aspecto teórico indivisible de esa actividad. ¿En qué sentido puede alguien que se embarque en la crítica de todo lo existente partir desde el comunismo? La elaboración completa del concepto de marxsimo no es algo que se pueda abordar en un único texto. No es ni siquiera algo que pueda abordar una única persona o un colectivo. El concepto de marxsimo como producción histórica de la actividad revolucionaria (actividad, teoría y práctica, releamos 12 L Í N E A R O J A las Tesis sobre Feuerbach todas las veces que nos haga falta) siempre se peleará en esa contradicción entre ser a la vez proceso y punto de llegada que se aleja indefinidamente. Base firme y a la vez completamente dinámica. Método de análisis que a la vez debe analizarse a sí mismo. Sobre todo a sí mismo. Sólo podemos aportar aquí unos pocos elementos, pero quizás unos tan básicos y que se han comprobado de manera tan reiterada que puedan servir de punto de partida a la vez que son el punto de llegada de toda la actividad que nos precede. Antes de nada debemos empezar por defender la vigencia de la crítica de la economía política marxista. Ya en vida de Marx la economía burguesa había decidido suicidarse como ciencia, haciendo que el propio Marx prestase más atención a ciertos autores que le habían precedido que a sus contemporáneos, siendo plenamente consciente de las razones políticas que había para ello. En un siglo las cosas no han mejorado. Más allá de esperpentos propios de una etapa de profunda decadencia como puedan serlo los «liberales» contemporáneos la realidad es que la síntesis neoclásica dominante es en esencia un golem positivista con los pies de barro. Fracasa miserablemente en la práctica al no ser capaz de preveer o explicar cuestiones tan centrales como las crisis económicas. Fracasa miserablemente en la teoría cuando un número cada vez mayor de economistas ponen en cuestión sus más que cuestionables supuestos teóricos. El «homo economicus», sujeto inencontrable entre los seres humanos reales, se zarandea en un sistema que apenas se sostiene ante el peso de sus propias incoherencias. Cuando llegan las crisis, una y o otra vez, los economistas se ven obligados a declarar cosas como que habían sido capaces de preveer todos los factores menos «el riesgo sistémico». Marx quizás tenga una cosa o dos que decir sobre el riesgo sistémico. En efecto otro siglo más de desarrollo capitalista deja pocas dudas sobre ciertas cuestiones. La lógica del capital por sí misma y el desarrollo de las fuerzas productivas por sí mismas no eliminan las contradicciones internas del capitalismo. Todo lo contrario. Las crisis son cada vez más violentas y brutales. Incrementos en la productividad del doble, triple, diez veces, cien veces, no llevan a la erradicación del hambre, el trabajo, la mi seria. Hacen falta guerras mundiales devastadoras que arrasan medio planeta para que el capitalismo entre en fases de crecimiento sin grandes altibajos, e incluso entonces esas mismas ganancias estatosféricas de productividad hacen que se vuelva a las crisis mundiales en apenas 15 o 20 años. Cualquier ganancia real en el nivel de vida de la gran mayoría sólo es producto de la lucha de clases; todas esas ganancias son susceptibles de evaporarse a no ser que se defiendan con uñas y dientes en los momentos críticos. Ésta es la marca de nuestro tiempo. No hace falta leer a Marx para saberlo, hay que salir a la calle. Pero Marx tenía razón, y no sus críticos: el modo de producción capitalista es rehén de sus contradicciones internas que no son superables por ninguna extensión o intensificación de sus fundamentos. La segunda lección fundamental del siglo pasado es que el capitalismo no se desarrolla de manera uniforme en lo geográfico. En contra de algunas especulaciones tempranas de nuestros clásicos la realidad es que el modo de articulación histórico del modo de producción capitalista es profundamente asimétrico. El capitalismo más «avanzado» no tiene un papel «civilizador» en los países más «atrasados». Éstos no ven en sus colonizadores un reflejo de su futuro. Lo que comienza como un «desarrollo del subdesarrollo» en la época colonial, en la frase genial de Gunder Frank, se fosiliza en la época neocolonial como una relación de dependencia centro-periferia. Pero no de dependencia porque los países de la periferia dependan de los centros imperialistas, sino todo lo contrario. La imposición del capitalismo a nivel mundial y la forma de vida imperialista dependen literalmente de la extracción constante de plusvalor de miles de millones de proletarios y proletarias que casi 150 años después viven en condiciones trágicamente similares a las de la revolución industrial que Marx tanto estudió. Esta verdadera escisión mundial genera una escisión en el soc ial i smo. Genera una tendenc ia casipatológica, pero terriblemente racional, por el reformismo y la socialdemocracia en las metrópolis, pues es allí donde existe una posibilidad más real de un reparto generalizado de una fracción de las inmensas ganancias globales. Genera a su vez las condiciones que en el siglo XX han supuesto que todas y cada una de las revoluciones socialistas exitosas hayan ocurrido en países aplastados y atravesados por los intereses de las potencias imperialistas. Todas sin excepción. Como decía Marx nuestra ciencia no sabe de leyes rígidas, pero sí de tendencias, y aquí hay una inescapable. Se puede olvidar esta realidad abrumadora si se aspira a mantener el imperialismo como sistema. O se puede tener la desmemoria del que sin sentirse capaz de cambiar nada aspira a poder dormir por las noches. Pero para los y las marxistas la comprensión e L Í N E A R O J A 13 incorporación de esta realidad a nuestra práctica política sigue siendo a día de hoy «el problema fundamental del socialismo contemporáneo», como ya dijo Lenin en uno de sus textos más tristemente relevantes hoy en día. La tercera y última lección fundamental es la de la centralidad de la organización propia del proletariado en un partido revolucionario, el Partido Comunista. Lo vimos en las guerras de liberación nacional, donde durante unas breves décadas el socialismo científico dio un golpe detrás de otro al imperialismo hasta llegar a reclamar gran parte del planeta para la causa revolucionaria. La burguesía jamás ha sentido tanto pánico como en esos tiempos, y no es casual que incluso hoy en día el nombre de comunista siga siendo un signo de enemigo de lo establecido. Pero también lo vimos en los centros imperiales, donde la única resistencia realmente consecuente y decidida contra el capitalismo (y los intentos revolucionarios que más lejos han llegado) han venido de la mano de la fusión consciente entre la unidad de acción y la democracia partidaria guiada por una teoría revolucionaria científica. Todos los intentos hasta el día de hoy de superar esta forma de hacer han acabado o en la impotencia espontaneista de la tiranía de la falta de estructura o en la reintegración fulminante en la política electoral y reformista que es propia de las democracias liberales. Un proletariado sin su Partido no pasa de ser alguien condenado a presenciar un juego en el que no puede participar pero del que sí puede sufrir sus consecuencias. Una especie de Monopoly maldito en el que no se puede aspirar a más que a pagar las multas de los demás jugadores. La primera tarea ineludible en una situacion así será evidentemente reclamar representación propia, entrar en la historia como clase. La burguesía se representa con los partidos electorales que buscan reformar el sistema, o con el partido único fascista en las crisis más extremas. El proletariado se representa con el Partido Comunista que busca la superación revolucionaria de lo establecido. Juegan en el mismo tablero, pero no con las mismas fichas. Decíamos al principio que es difícil ir más allá de unas pinceladas generales en un único texto. Aún asícreemos que lo tres pilares que hemos discutido, si se asumen honestamente, suponen un punto de partida sólido. Queda todavía lo que siempre ha sido el corazón de la práctica marxista, que es el análisis concreto de la situación que nos ha tocado vivir. Aquí de nuevo apelamos al carácter colectivo de la tarea, y no podemos más que proponer tres líneas de fuga entrelazadas que marquen nuestros pasos iniciales. Lo primero es defender la indisolubilidad de la actividad revolucionaria como centro de nuestra tarea. Es fácil decir que no se cae en el seguidismo espontaneista de los acontecimientos (práctica sin teoría), ni en el repliegue de una teoría que sólo resuelve problemas teóricos creyendo transformar la realidad (la teoría sin práctica). Que éstas son vías muertas lo demuestra su falta absoluta de resultados positivos a nivel histórico. Es más complicado encontrar la manera de avanzar en la práctica revolucionaria en el corazón de un país imperialista, y la historia sobre la que antes hemos pasado de puntillas lo demuestra. Sin embargo aquí otra vez contamos con un siglo de perspectiva, que al m e n o s n o s d e b e rí a l l eva r a l s i g u i e n te posicionamiento: todo proceso revolucionario exitoso se basa en la creación de unas estructuras de poder alternativo que a la vez que confrontan abiertamente a las estructuras dominantes p e r m it e n p o r s u n a t u r a l e z a s u p ro p i a reproducibilidad y generalización, llevando a un incremento constante del nivel de antagonismo. Los soviets en la Revolución de Octubre, las bases rojas en la Revolución China, incluso las experiencias menos contundentes en los barrios o zonas liberadas en Oakland, Nápoles o el cinturón rojo Naxalita en la India son pruebas de ello. Es necesario desarrollar la creación de estos gérmenes de lo nuevo dentro de lo viejo en el aquí y ahora. No como un escapismo de huerto ecológico perfectamente articulado con la sociedad burguesa, sino como verdaderas puntas de lanza de un proyecto revolucionario. Deben organizar a las capas más oprimidas en nuestras ciudades y pueblos, a aquellas que ya han perdido mucho y cuyos problemas no pueden ser resueltos por el sistema. A los que van a ser dejados de lado, a las migrantes, a la juventud sin ninguna expectativa que ya sabe que va a vivir mucho peor que sus padres, al proletariado que no para de aumentar encadenando trabajos de miseria y precariedad (¡es proletariado, no «precariado»!), y a todas aquellas que decidan unir su destino a esta causa. L Í N E A R O J A 14 Sin embargo partimos de una situación de completo deshaucio en lo teórico. El marxismo lleva enterrado en vida mucho tiempo, y la disolución completa de las organizaciones revolucionarias ha conseguido que una generación completa de comunistas llegue a esta lucha sin poder recibir el testigo de sus mayores. Algunos han resistido la travesía en el desierto, y su contribución es impagable, pero en muchos sentidos debemos comenzar otra vez desde el principio y absorber todo nuestro pasado sin poder apelar a ninguna institución ya establecida. Sin la teoría revolucionaria no puede haber práctica revolucionaria, y donde otros citan cuatro párrafos del peor libro de Lenin para justificar su mediocridad otros y otras debemos tomarnos el marxismo diez veces más en serio para poder romper este impasse. Hace falta una formación estructurada, metódica y ambiciosa. Que aspire a confrontar al marxismo académico en su torre de marfil pagada con los presupuestos del Estado, pero que también confronte el lamentable desprecio que comunistas honestos dirigen a su propia historia. Ya basta de usos maniqueos y simplones, de sustituir la razón por la cita, de la dialéctica como receta muerta o como escondite de nuestra incapacidad. Tenemos que recuperar el espíritu que una vez creyó ver en su actividad el rescate de todo lo que había de luminoso en 25 siglos de pensamiento que no son más que la cristalización de 25 siglos de actividad humana. Es nuestra historia mucho más que la suya, por mucho que hagan todo lo posible para que no la aprendamos. Algunos cuadros del Partido Comunista de la Unión Soviética leían a Hegel en las trincheras del frente oriental mientras se preparaban para barrer al fascismo de la faz de la tierra, y es a esa síntesis de la teoría y la práctica más elevadas y audaces, a esa actividad, a la que tenemos que aspirar. Ya por último, es fundamental poner todo de nuestra parte por la unidad comunista y la reconstrucción de nuestro Partido. Somos conscientes de que a día de hoy es poca la gente a lo que nos dirigimos. Poca la gente que leerá este texto, o la que pueda compartir todos o la mayoría de sus principios. Y sin embargo si damos por buenas las bases del marxismo que hemos perfilado es ésa la gente con la que debemos hacer organización revolucionaria y no el resto, al menos no por ahora. Debemos encontrarnos en la actividad revolucionaria, y luchar ahí políticamente para acercar nuestras posturas. Un paso en ese terreno vale más que mil horas de debate abstracto, ya que un debate cuyo resultado no fuerce a sus partes a tomar posicionamientos políticos normalmente no pasará de ser una disquisición escolástica. Es fundamental la claridad teórica, la precisión en lo político, pero tampoco podemos olvidar que una parte importante de nuestra separación sólo obedece a lo coyuntural. La inevitable separación geográfica de un movimiento todavía pequeño. El peso enorme de lo personal, las dinámicas sociales. Hay que luchar contra esos lastres y tender lazos con el resto de comunistas que avancen en nuestra dirección. Crear espacios para el encuentro entre comunistas, o participar donde ya los haya. Crear ese germen de lo nuevo donde luchemos contra todo lo viejo (la opresión de clase, de género, de raza, etc.) y en esa lucha nos encontremos y literalmente nos reconstruyamos. Los comunistas que no militen deben militar. No en la organización ideal que se amolde a todos sus deseos, sino en la organización real en la que puedan avanzar políticamente. Las comunistas que ya militen deben comprender que sus siglas son un vehículo, y que deben aspirar a que queden obsoletas lo antes posible. No existe ninguna organización en el Estado que sea ya el referente comunista de nuestra clase, y por lo tanto es inevitable que todas las existentes vayan a ser sólo momentos a superar en la creación de nuestro Partido. Vivimos una situación urgente. Unos se dedican a reanimar al cadáver de la socialdemocracia en un mundo que no puede aceptarlo, como un monstruo de Frankenstein. Otros rearticulan el proyecto chovinista y racista que es siempre la oruga de la mariposa fascista. Los signos son evidentes. Ya hemos vivido esta dialéctica una vez. Sabemos a dónde lleva. Necesitamos poder participar en ese proceso político, y ahora no podemos hacerlo plenamente. Un análisis y un plan como éste, en la medida en la que puedan apuntar a algo cierto, no son más que el primer paso. Quizás preferiríamos no ser conscientes de nuestra responsabilidad, quizás seamos comunistas a nuestro pesar, pero es lo que somos. ¡Pongámonos en marcha! Iniciativ